La Poesía Puede Salvar al Mundo
Hablar de Cuba puede resultar difícil y contradictorio en distintos y diversos aspectos, ya sea politicos o sociales. No pretendo ser un líder revolucionario, ni educar a la gente con mis ideas o convencer a nadie de ninguna teoría. Ya ni siquiera pretendo que alguien lea esto y se decida a cambiar al mundo o se convierta en un activista social, no. Lo hago porque me di cuenta de cosas que como miembro de una sociedad moderna, tengo la posibilidad de cambiar. Reconocernos con capacidad de hacer un cambio exige una responsabilidad. Estoy convencido de que los cambios que inicie hoy hoy, por pequeños que sean, mañana tendrán un impacto, y que las cosas que deje de hacer hoy, mañana van a hacer falta. Y yo seré totalmente culpable por ello. Yo seré culpable de no haber iniciado un cambio que me reconozco capaz de llevar a cabo. Todos somos responsables y cargamos con una misma responsabilidad, pues el mero hecho de estar vivo exige una responsabilidad.
Cuando levanté esa causa empecé a reaccionar de forma distinta ante las situaciones que abaten mi vida. Empecé a explorar las nuevas formas de pensar que durante mi infancia no conocí porque mi país se considera capitalista y ejerce un rechazo hacia la forma de pensar de los socialistas. Yo soy víctima, claro, de las tensiones diplomáticas de la Guerra Fría, al grado de encontrar sus secuelas hoy en día en una condición colectiva de intolerancia hacia otras formas de pensamiento.
Propongo quitarle el nombre a las ideologías y a los movimientos si éstos van a limitar su penetración a las sociedades modernas. Hay que buscar hacer el bien social, si eso se llama socialismo bien, y si no, que se llame como sea, pero que se lleve a cabo. A mí un día alguien me convenció con una poesía o un cuento, y aunque no me considero una persona política, tengo una responsabilidad como miembro de una sociedad en la que la política regula muchísimas instancias de mi vida.
Cada quién busca el paraíso en el que cree y sus esfuerzos por lograrlo deben ser proporcionales. Yo creo en una sociedad mejor, y mi intención es sólo lograr que cuando alguien termine de leer esto, tenga la curiosidad, como una chispa, de aprender más, llevándolo al esclarecimiento de las verdaderas urgencias de nuestro mundo moderno.
Una de ellas, el analfabetismo. No hay una condición más marginal que el analfabetismo. Pese a que se reconocen los esfuerzos de todo grupo social en la lucha contra una justicia social inclusiva, sigue pareciéndome de carácter urgente, o el más urgente, atacar colectivamente el analfabetismo como primer paso hacia una reforma educativa real. Cuba lo erradicó. Cualquier argumento de cualquier secretario de educación en temas de analfabetismo, pierde validez para mí. El alfabetismo en el mundo no es utópico, y un país de 11 millones de habitantes que no goza de recursos que tienen países como Estados Unidos, logró erradicarla por completo. Es imposible pensar o hablar de progreso, o mucho menos de cómo el capitalismo y sus variables promueven el desarrollo, cuando en Estados Unidos existe un analfabetismo de hasta 7%[i] y se gastan 650 billones de dólares anuales en defensa militar.
No puedo imaginar una sociedad en la que sabiendo que existe alguien que vivirá toda su vida sin leer o escribir, o sin ser capaces de tener las mismas oportunidades que yo. No puedo imaginar la posibilidad de un mundo en el que el desarrollo tecnológico se vea como progreso cuando todavía existen niños que jamás podrán conocer lo que otros conocemos o desconocemos voluntariamente. No podrán hacer lo que nosotros hacemos. No se podrán quejar de las cosas que nosotros podemos cambiar, y no lo hacemos ¿Por qué mi país lo permite? ¿Por qué lo permite el secretario de educación? ¿Por qué lo permitimos nosotros? Es injusto. Yo no sé que cuál sea el deber o el camino a explorar de las nuevas generaciones, o si lo que pienso vaya a ser olvidado pronto, pero hoy creo importante al menos decir que no debemos luchar por la perfección del mundo. La perfección no existe. No existe ni en los modelos económicos, ni en las ideologías, ni en las sociedades ni en las relaciones humanas. La única perfección existe en todo aquello que destruimos: nuestra naturaleza. Por tanto, primero hay que enseñar a las sociedades a convivir sustentablemente con nuestro planeta.
La conceptualización de una nación como entidad que adjudica indiferentemente su postura ideológica sobre los de población, representa una sentencia a la intolerancia al limitar las diversas formas de pensamiento que están contenidas en nuestra misma fisiología humana. Nos dividimos y nos categorizamos, y nos subcategorizamos.
Esta división o categorización segregativa que hace distinción de un humano de otro, es la razón principal por la que un día nos encontramos unos distintos a los otros. Nos educamos a través de los años a ser diferentes, a no aceptar al que se ve diferente, a incluso señalar al que se ve diferente. Y sí, se ve diferente porque es diferente. Todos somos diferentes. Nos enseñamos a crear juicios y fomentamos la crítica destructiva y superficial, la discriminación, y la búsqueda de la propia felicidad a costa de los otros. Y es una decisión que tomamos cada día al dedicar tiempo a las cosas que nos alejan de la tolerancia, de las cosas que no nos salvan la vida. Todos tenemos tiempo de sobra. Al que no le sobra el tiempo entonces está perdido, parte de aquellos que en búsqueda de la felicidad del futuro, dejan de vivir su presente, perdiendo progresivamente la vida.
Existen muchas maneras de salvar al mundo. Yo creo en el poder de la poesía como vehículo para llegar más rápido a la conciencia. Sin mucho esfuerzo, podemos leer una poesía. Todos tienen tiempo para leer un poema, aunque sea una vez al mes. Que leamos un poema en señal revolucionaria para desmantelar las ideas engendradas por las sociedades modernas de que la poesía es exclusiva o peyorativa. Que la poesía no cabe en la masculinidad. El reto en toda lucha está en ser congruentes en lo que pensamos y lo que hacemos. No es fácil. Todos nos equivocamos y está bien. Nadie es perfecto y nos vamos a equivocar toda la vida, y si crees en algo y te sorprendes a ti mismo haciendo algo que vaya en contra de ello, está bien, siempre y cuando realmente creamos en esa causa. Es fácil hacer lo que queremos hacer, pero no siempre es tan fácil hacer lo que deberíamos hacer. El intento cuenta. Lo que hagas, y lo que dejas de hacer, cuenta. Yo no sé si José Martí vaya a salvar tu vida, o la vida de los niños africanos, pero sé que su poesía inspira a los hombres a través del contenido de su obra. Que si Fidel Castro no hubiera leído a José Martí tal vez la revolución cubana no se hubiese llevado a Cabo. Si José Martí hubiese sido parte de ese grupo de marginalizados analfabetas al que todos los días decidimos no salvar, entonces sería uno más en las millones de cifras de analfabetas, y serían millones de vidas no impactadas por su bella filosofía que no busca otra cosa que la paz y la armonía y la justicia. Yo no sé si mi poesía vaya a salvar al mundo, o si mi idea de escribir si quiera sirva de algo, pero lo intento. A veces soy incongruente en mi forma de pensar y hablar, pero creo en mi causa y por ella seguiré luchando. Para liberarme de la culpa de no haber hecho hoy lo que mañana afectará alguien. Tal vez hoy pueda dejar una cosa en la mente de todos y es que la cultura sí es la solución. No digo que no haya otras, pero sé que si todos tuviéramos acceso a la cultura, y en ella contenida la idea de reconocer, asimilar y vivir la tolerancia, no habría que mirar al otro para ver cuánto tiene, o cómo se ve. La cultura y por cultura me refiero a todo lo que nos educa y nos demuestra quiénes somos. La poesía y la filosofía de Martí forman parte de la cultura cubana y con la historia como testigo me atrevo a decir que una nueva forma de pensamiento debe aceptar la idea de que la poesía puede salvar al mundo.
Existe una interrogante habitual en mí: ¿qué pasaría si a los niños les enseñamos la poesía? Que la poesía no es exclusiva de preferencias sexuales como se cree, ni de antisociales o de intelectuales. Que la poesía no reconoce sexo: la poesía es de seres humanos, es humana; de ahí que la poesía no debe perseguir otro fin que enaltecer lo que sólo el humano puede sentir y lo que nos diferencia de otras especies. Que la poesía es de hombres y mujeres; que los niños grandes, los de tercero de secundaria, también escriben poesía. La escriben padres y madres de familia, doctores, abogados, ingenieros, campesinos, guerrilleros y marginalizados. Que el sentimiento del que siembra en el campo puede ser igual o más fuerte del que da clases de literatura. Que el que enseña poesía es un héroe universal. Contarle a los niños que la poesía la escriben los valientes y la leen tanto valientes como cobardes, que no hay condición ni veredicto final ni limitante ni procedencia ni visa ni papeles ni edad ni sexo ni preferencia ni nada, y que leer poesía es parte de la condición humana. Que la poesía viene en diferentes formas, que no hay molde para ella; ni las rimas ni las estructuras ni las reglas le dan o quitar valor a la poesía. Sigamos enseñándole a los niños los poemas medievales con palabras que ya ni existen, los versos complejos del Cid, rimas ABBA y sonetos, y seguiremos sembrando el aborrecimiento a nivel primario por la poesía. Así no se enseña la poesía, no. Primero tenemos que inculcar el gusto y el valor de la poesía como una expresión humana. Así, quizá podamos evitar la construcción colectiva de percepciones despectivas y mal fundamentadas entorno a ella.
Es maravilloso reconocer que la poesía es fruto de la misma maravilla que nos trajo el idioma. Demostrar en la manera que buenamente podamos, que la poesía es más poderosa que la inminente televisión y tiene más alcance que el internet. Que la poesía se puede compartir en internet, y que el internet se puede utilizar para cosas buenas y malas. Que en el internet se habla poco de poesía. Que la poesía siempre ha sido el arma blanca de los revolucionarios. La poesía puede salvar al mundo. Que el poeta se atreve y en su condición de humano hay veces en las que siente miedo, claro. Pero dice lo que tiene que decir, a veces una verdad, a veces una mentira. El poeta escribe de lo que le gusta o se queja de lo que no le gusta. Reparte el amor y la paz que hacen falta. Vale la pena intentarlo.
Digámosle a los niños que los poetas no están peleados con el éxito o con la realización de proyectos personales. Que la poesía es una forma de inmortalizar un cambio en un verso que señala lo que está mal. Que los poetas se quejan de lo que está mal y deciden escribir porque se sienten más poderosos con una pluma que con una metralleta, que son los que cambian cursos y vidas, aunque sea una, aunque sea su propia vida. Venderles la poesía como un tesoro que se están llevando los piratas informáticos como Netflix, WhatsApp, Facebook y Apple. Qué difícil resulta ahora dedicar tiempo a lo importante ahora que lo emergente se ha vuelto urgente por ser espontáneo, y lo urgente se ha vuelto espontáneo porque ya todo lo que nos pasa es emergente, nada está planeado. Estamos perdiendo el derecho de vivir haciendo lo que nos gusta hacer. Hoy todos tienen prisas, todos tienen compromisos, todos tienen emergencias. Todos tenemos algo qué hacer y sin wifi se nos acaba el mundo, sin el móvil se nos termina la tranquilidad. ¿Cuándo fue la última vez que te robaron el derecho de mirarte a los ojos? Sé que mis hijos podrán sobrevivir sin el celular que tengo yo el día de hoy, pero, ¿qué va hacer la próxima generación sin agua para beber? ¿Qué van a hacer sin la abundancia de comida que hoy tenemos y despilfarramos? La urgencia que es emergente se llama, según la sociedad que me tocó conocer de niño desgracia. Hoy lo urgente más bien se llama pagar la luz o el internet, sacar el carro del mecánico o recoger en el vestido antes de las 8 porque si no, nos cierran la tienda. No nos urgen la desgracia de los demás y asimilarlo exige una responsabilidad.
La poesía, tan juzgada y con tanta estigma. Ojalá la gente se desvelara escribiendo poesía, y no jugando Call of Duty, viendo las telenovelas mexicanas o practicando -o siendo víctimas- de violencia cibernética en Facebook o cual sea la red social que esté de moda.
Ojalá que la gente pueda un día reconocer como un medio: un atajo al alma entre tanto tráfico y ensordecedor bullicio; una encrucijada que estimula el juicio crítico y la interpretación genuina y fundamentada. ¿Qué no podríamos lograr si le enseñamos la poesía a los niños? La poesía de José Martí, por ejemplo. Yo no lo creía, o más bien no lo entendía o no conocía su poder. No entendía cómo la poesía podría cambiarnos a niveles estructurales y fundamentales, o por qué no: moleculares. Es urgente. Hoy lo sé, lo celebro y lo comparto gustoso pero con una preocupación latente: La poesía puede salvar al mundo, utilicémosla en su expresión más simple y trivial como estandarte para salvarnos del declive. Con la poesía no podemos hacernos daño, sino salvarnos y con nosotros salvar también nuestro planeta, que es donde vivimos. Si nos acabamos el mundo, acabamos también con la vida. Hoy podemos hacer cosas para salvar al mundo. En Marte no podremos vivir, al menos a mí no me tocará, ni a mis hijos. Créelo: la poesía puede salvar a tus hijos, la poesía puede salvar al mundo, la poesía puede salvarte. La poesía nos salva todos los días y no nos damos cuenta. La poesía te salvó mucho antes de nacer.
¿De qué le serviría al hombre leer algo que no se fundamenta en la empatía hacia lo que perpetua la continuidad de la especie o hacia la subjetividad contenida en sentimientos como el amor, o condiciones como la paz? Reconocer que el amor no es más que una mezcla mayormente de dopamina, oxitocina y serotonina. Perdón por quitarle el encanto, pero es cierto, el amor es química pura, pero no por eso deja de ser hermoso, ¡al contrario! Es hermoso entender que con la poesía podemos sacar a los neurotransmisores del espacio sináptico y ponerlos en papel para que viajen kilómetros y entre neuronas, logrando que tal vez, alguien opte por crear un movimiento que contribuya a un cambio constructivo en el mundo, y eventualmente lo salve y perpetúe. ¿De qué serviría la literatura si no se afana y ensimisma contra los daños que suponen la intolerancia, la maldad, la avaricia, la envidia, la discriminación, o la apatía? Claro, la literatura debería suponer no una invitación al juicio crítico, que se puede lograr de otras tantas maneras, sino la capacidad de interpretar que la forma en la que decimos las cosas tienen un efecto monumental en la vida de una persona. Un día una persona firmará la paz del mundo, y de niño sé que habrá leído poesía.
Con la poesía también viene la posibilidad de la hermosa responsabilidad que implica reconocernos como animales, que aunque seamos superiores según nosotros, somos lo mismito: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. La literatura debe probar nuestra superioridad sobre otras especies al ser siempre un atentado para acabar con las guerras que nacen de la intolerancia y la supuesta preservación poblacional que se rige por fronteras, preferencias y tristemente, religión. Acabar con la exclusividad de género, con las fronteras y la censura, no hacer diferencia entre las clases sociales, pero eliminar el elitismo y a los que hace daño. Acabar con la corrupción, el consumismo de lo que no necesitamos, el despilfarro de lo que otros necesitan. Es nuestra responsabilidad acabar con la soberbia y el fanatismo religioso y con la duda de que un mundo mejor es posible.
¿Por qué no reconocemos que todos los días podemos salvar al mundo? ¿Por qué no reconocemos que un poema puede salvar al mundo? Yo lo reconozco y lo celebro.
Celebro a quien escribe sobre el amor, ya sea en verso o en prosa, en papel o en blog, ¡qué importa!, el amor se contagia fácilmente, cada viernes cuando vas al cine y sales de la sala con ganas de enamorarte o cuando reconoces que alguien te quiere de verdad. Es igual con la idea revolucionaria que terminará con el hambre, o la pluma que firmará la paz del mundo, o el invento tecnológico que buscará la perpetuidad del hombre en la tierra. Es igual con la tolerancia, la camaradería, la integración de género. Hablar de lo que hace falta. Hablemos sobre lo que hace falta: de amor, de sexo, de tolerancia, de bondad y de amistad, entre otras tantas cosas que hacen faltan. Celebro a quien escribe sobre el amor y que en sus palabras explora sentimientos que germinarán en algún muchacho o algún anciano y que tal vez su día y su vida cambien. Celebro a quien escribe del amor y que esparce con sus palabras las ganas de enamorarnos, de que les importa poco si nos reprimen por ser ser felices, entender que no todos pueden ser felices. Entender que hay personas a las que puedes perder, que el miedo no siempre lo debes perder. Celebro a los que hablan del amor sin distinción de género porque le arrancaron a las reglas sociales y predeterminadas el derecho a ser feliz, y nos enseñan la rebeldía bienaventurada. Que en la poesía está contenida el mismo sentimiento revolucionario que habitó a los poetas de siempre, que como nosotros, también fueron humanos y un día leyeron la poesía. Todo esto require de un valor que también, dentro de la misma literatura, hay que contagiar. Hay que escribir sobre héroes: Jesucristo, José Martí, Mahatma Ghandi, Naelson Mandela, el Subcomandante Marcos, José Manuel Mireles, Teresa de Calcuta, Armando Hart, Siddharta de Gautama, Ho Chi Minh, Malcom X o Martin Luther King. Contemos historias más bonitas, y no las noticias de lo que pasan en los telediarios que nos envenenan y hacen que lo recurrente se vuelva indiferente.
Seamos portadores de esperanzas olvidadas que pudiesen ser presuntuosas para líderes de estado, como lo es acabar con las fronteras. Seamos líderes para acabar con el alfabetismo en nuestros países. Reconstruyamos los sistemas educativos en busca de una enseñanza que promueva los valores que nos salvan del letargo y la producción de alimentos y la tolerancia y la humildad. Que promueva el amor y la paz. Debemos, y es nuestra responsabilidad acabar con las las jaulas de animales y con las casas de empeño, de acabar con los cárteles y con los tanques y telediarios amarillistas y maestros incompetentes y la industria farmacéutica que se mantienen de las enfermedades, y la industria pornográfica que comercia con menores y las fosas humanas y los buques de guerra, y acabar con la intolerancia en los sales de clase. Acabar con las televisoras vendidas y partidarias, con el rechazo hacia los que somos diferentes — que todos somos diferentes — acabar con los monopolios de y con el enriquecimiento desmedido de trasnacionales y con el marketing de lo que nos mata.
Es impensable vivir en un mundo donde existe la marginalización del indio nativo, la imposición de ideas o creencias, que aún haya música que hable de violencia y que promueva cosas malas, que exista la hipocresía o la falta de educación y la ignorancia. Impensable que en una sociedad moderna existan la corrupción y las entidades federativas no auditadas por sociedades civiles. Que existan maestros que den clases por dinero, y que los maestros que no conocen el material de su clase y leen Power Points de otra gente son maestros por dinero.
Acabemos con todo lo que nos roba la estabilidad, la paz y la justicia. Con la poesía se puede. La poesía puede cambiar el pensamiento de un niño (sí, lo afirmo), estoy convencido, lo he vivido, lo he comprobado y ya lo he probado. Si creen que estoy loco, pues a lo mejor sí, pero tengo la certeza de que fuera de hacer algún daño, con la poesía tengo más posibilidades de entrar en la cabeza de un niño. Al menos lo intentaré. Con la poesía no puedo dañar a nadie y por el contrario, puedo cambiar a alguien como aquella desconocida un día me cambió a mí. Si crees que la poesía es exclusiva del género o la preferencia, o que te mete dentro de alguno de esos catálogos de diferenciación, entonces eres parte de lo que separa a la cultura de la gente.
Yo le creo más al poeta que al periódico y que a los libros de historia. Le creo más que a la televisión y las armas. La poesía está ahí para que inspiremos, sembremos y con los años cosechemos. Por eso celebro a quien escribe de emergencias sociales, porque son ellos quienes buscan reducir los espacios que existen entre la inclusión y la segregación de las ideas que nos dividen como raza humana. Celebro a quien escribe sobre lo ocurrente, lo que acontece en el mundo, a quien sabe dónde hay urgencias y las atiende, el que sabe dónde hay necesidades y las satisface, al que sabe que hay algo no dicho que se tiene que decir y lo dice. Que al que es poeta entre los ignorantes y la utiliza como arma. Celebro al poeta que comprometido con la sociedad sabe dónde hace falta paz y la reparte. Celebro a los que escriben de la mujer porque sin ella estamos perdidos, y sin ella no hay vida, y sin ella no hay musa para la poesía, sin la mujer no nada. Sin la mujer no hay hombre, sin la mujer no hay nada. Sin el hombre, siempre quedará la mujer.
Celebro a quien le escribe a los dictadores vivos, a los que enfrentan a la autoridad, a los que publican lo que el estado prohíbe. Celebro a los que gritan lo que no se ha dicho, a los que teniendo miedo dicen lo que otros no están dispuestos a escuchar, y celebro a los que agachan la cabeza y dan la vuelta cuando otros dispararían. Celebro a quien habla de la humanidad y de la vida misma, de la naturaleza y los animales y la crisis humanitaria que se vive en tantas partes del mundo. Celebro a quien escribe como medio de transporte y no como forma de inmortalización. No se trata de admirar o reconocer o identificar la expresión como producto de uno mismo, sino de ser el vehículo que transporte la esperanza en tiempos de desolación y desahucio. Celebro al que se sabe vivo y se empapa bajo la lluvia y da gracias por ello. Celebro al que se sabe perdido sin una causa y la busca. Celebro a quien encuentra su causa y la defiende. Celebro a quienes viven en humildad y comparten lo que tienen con los otros, los que salvan a los animales de los hombres, a los que saben decir que no. Celebro a quien utiliza la escritura como medio de transporte y no para curar intereses personales intrínsecos y ególatras.
Celebro a quien quiere convertirse en una influencia que cambie vidas y no en un bestseller. Sueño con que nuestras palabras sean un tren buscando siempre un andén bienvenido. Que nuestras expresiones sean sólo para inspirar a los niños a ser lo que quieran ser: ingenieros o médicos o arquitectos o periodistas o bomberos o abogados o poetas, que sean lo que quieran, pero que reconozcan la universalidad del ser humano y se alejen de la violencia y la intolerancia y la avaricia y de todo lo que no divide como raza. La poesía no tiene que ser la razón por la que todo cambie, pero puede que el niño que se convertiría en asesino, hoy conozca el dolor de una madre a través de un poema, y que ese instante marque si vida y se lave de violencia. La poesía puede ser una chispa o un chaparrón. Yo creo que todo radica en que lo que escribamos siempre sea una manera de salvar al mundo. ¿Por qué tener que salvarnos del mundo? No deberíamos preocuparnos tanto por si echamos o no llave a la casa, pero tenemos que hacerlo porque sino se meten los ladrones.
Ojalá pudiésemos regresar el tiempo y enseñarle a esos niños la poesía. Puede que el curso de sus vidas cambie, o puede que no. Pero puede que sí, y si existe la posibilidad, entonces existe la esperanza. Hay esperanza. Tal vez como sociedad seamos responsables de y merezcamos nuestro declive, pero nos corresponde hacer algo al respecto porque si no la literatura y la poesía no tendrían sentido. Es bello entender que un sentimiento no existe en un solo cuerpo, que los sentimientos se repiten en las personas y que no importa quién seas, siempre puedes inspirar a un cambio. Basta la combinación adecuada de palabras para despertar un instinto esperanzador, una revolución intelectual o una era de paz posible. Es posible.
No pido que enseñemos a los niños a escribir poesía, no… Sólo pido que enseñemos a los niños la poesía. Que los expongamos a la belleza de nuestra condición humana y acabemos los tabúes que la condenan. La condición humana está contenida en la poesía. Que los niños al leerla se sientan más humanos, y no menos hombres o menos fuertes. Escribamos para terminar con la producción masiva de armas y las guerras y los países, que a fin de cuentas están definidos por fronteras que ni siquiera existen. La única frontera que existe es el horizonte, las demás las inventamos los hombres por que nos creemos no sé quién para jugar con el mundo y lo que había en el mundo antes de llegar, tanto que un día inventamos la ciencia y empezamos a buscar respuestas a las preguntas que teníamos. Hoy estamos buscando las respuestas a las preguntas que aún no tenemos. ¿Cómo podemos llamar progreso a descubrir cosas que en las manos equivocadas pueden acabar con el mundo? ¿o cómo llamar progreso a descubrimientos que podrían alterar el comportamiento humano y su naturaleza? ¿Cómo llamar progreso a la investigación de cosas que no necesitamos e ignorar que hay gente que no sabe leer o que no tiene qué comer. Estamos equivocados y esa misma búsqueda de progreso nos está llevando vertiginosamente al inevitable fin del mundo y de nuestra civilización como la conocemos. La frontera es el horizonte sólo porque no nos alcanza la vista para ver más allá. Pero siempre nos alcanza la esperanza. Y la esperanza nos permite soñar con que un día podremos detener el latente y ya vigente exterminio de una raza humana que dispara más balas de lo que escribe versos.
Yo lo creo firmemente: el fin último de la literatura no debe ser otro que contener en sus páginas la universalidad del ser humano. La poesía debería perseguir un solo fin: humanizarnos.